Por lo general se espera que con la culminación de una relación de pareja, ésta pueda moverse hacia una comunicación cordial para el bienestar de los hijos. Sin embargo, en ocasiones nos encontramos con que la persona que alguna vez compartimos como pareja se convierte en nuestro peor enemigo. Qué Paso? Cuándo cambio? Cómo caímos en ésto? Preguntas que no tienen respuestas rápidas y sencillas. Los padres en el afán de mantener “controles” y en forma de hacer lo que entienden cada uno lo “correcto” descargan sus frustraciones y malestares que han ido acumulando. Esas dinámicas van creando inestabilidad en la comunicación hasta que en ocasiones se pierde, llegando al punto de no poder verse ni comunicarse por teléfono.
Aquí entra el otro lado, los hijos entre medio de este choque de trenes! Quién los protege del impacto visceral y despiadado que suele ser invisible, callado, inocente, irritable, incierto, angustioso y poco entendible. Se sienten presos en medio de contraataques que su inocencia y fidelidad no logra comprender. Los hijos viven en una batalla de sentimientos, no quieren fallarle a ninguno. Solo saben que papá y mamá existen; y los aman con todas las virtudes y defectos porque son lo que han conocido como sus seres de “confianza” y “seguridad”. Tratan de complacer a ambas partes y mantienen callado hasta los secretos para no molestarlos con la otra parte: “No quiero que mami o papi se entere y se moleste” suelen decir; callando ante diversos escenarios. A su vez, se convierten en el mensaje y en el paquete que va de un lado a otro tratando de llegar a su destino para descansar de una batalla que pareciera perpetua. Muchos crecen con la idea de que así son todas las familias, viven en la nostalgia de otra familia o simplemente desarrollan un escudo invisible protector para sobrevivir dentro de lo sobrenatural.
Los padres no se permiten darse cuenta de que el orgullo, la venganza y el principio de poder los domina y han perdido la compasión hacia sus hijos solo para salirse con la suya. Comienzan a establecer estrategias, elementos específicos de defensa y de logística para hacer posible su contraataque porque ellos están bien y el otro esta mal. Entienden que son justos o simplemente no lo entienden porque no quieren ceder. Se convierte el duelo en una lucha de poder y control absoluto; de blanco o negro, de todo o nada. No permiten ver nada mas en el panorama y si existiera la posibilidad de que están bajando sus defensas se reorganizan para volver a las filas de la batalla. Entonces ya se convierte costumbre y tradición de quién supera a quien en sus argumentos filosóficos y estériles de detalles insignificantes. Suelen mantenerse en la superación de compras o la explotación de un lado al otro de recursos para hacer sentir su poder y dejarle saber al otro que estoy en pie de lucha. Suben la escalada en espiral ascendente hasta que llegan a la cúspide del camino sin retorno.
En este camino sin retorno es cuando los hijos les llega la indiferencia, se esconden en su mundo de fantasías y se desapegan de todo lo que pudieron ser pero no fueron porque quien los superó fueron tristemente sus padres. Hundiéndolos en una vida de miseria que sólo lograrán a duras penas salir despavoridos del círculo de guerra para refugiarse en el destino o a la suerte.
Es necesario crear conciencia que debemos ser responsables de nuestros hijos emocionalmente; no es solo mantenerles un techo, educación, alimento, ropa y juegos, entre otros refuerzos buenos. Es brindarle el recurso que tenemos de seguridad y sobre todo respeto hacia la dignidad del hijo. El cual solo busca un lugar dentro de cada corazón del otro y lucha a diario por mantenerse en la vida de ambos.
Dra. Melissa Barrios Falcón, Psy.D
Psicóloga Clًínica
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